No sirve de nada el que saquemos a pasear la virgencita en un carro especial por las calles de la ciudad con escolta policial y las sirenas sonando a tope si en la próxima esquina vamos a insultarnos con el conductor del auto que demora el tránsito, o a discutir y pelear por defender la fanática primacía de nuestra ideología, o a juzgar y condenar el comportamiento de los otros sólo porque no se ajusta a nuestra conveniente escala de valores, o a alentar en nuestros hijos la competitividad que trae resentimiento y un sentido hondo de separatividad, o a consumir y, luego, defecar por doquier toda la basura mediática que denigra, opacando los maravillosos atributos potenciales que nos asisten como humanidad. No se trata de pedir auxilio a una estatua del tipo y representación que fuere "pasándole la pelota" cuando, en algún nivel de nuestra realidad, "las papas queman", sino de tomar conciencia y hacernos "plenamente responsables" por lo que acontece en nuestra vida, que no es más que la resultante de nuestro pensar/ sentir/ decir/ hacer a cada instante. No somos víctimas de nada ni de nadie más que de nuestras propias creaciones.

Si somos capaces de generar conflictos es que somos igualmente capaces de resolverlos y aprender una convivencia saludable, en principio, con nosotros mismos y, a partir de allí, con el universo entero.





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