Un 12 de octubre de hace ya 5 siglos y 26 años atrás, algunos barcos procedentes de España fueron avistados desde la costa de una tierra virgen y fecunda por la criatura humana que vivía en íntima comunión con la Naturaleza, pulsando, su sangre, al unísono con el latido de la Madre. No era América como se llamaba ese rincón del Mundo, tal como la actitud hostil del invasor pretendió, luego, imponer en un acto de sometimiento. Su nombre, dulce como la miel, se pronunciaba al aire...

"Abya Yala...”

... "tierra madura", "tierra viva", "tierra de sangre"...

La Luna, cuentan, estaba en fase media, e iría creciendo en luz... y dolor por el minuto de sombras que la humanidad estaba a punto de transitar. Dolor, humo y hedor. Luego, un silencio incomprensible, inconcebible, un adormecerse en la futilidad del ego, conquistador de su propia miseria.

Anclado en un instante presente del tiempo subjetivo, vuelve, ahora, esa experiencia vital, madura en consciencia. Vuelve a sanar la raíz de aquel tajo hondo en la carne emocional, vuelve trayendo el esclarecimiento del entendimiento aquilatado: Amor, fuerza cohesiva, origen, sustento y propósito primero y último de todo.





Que la magia de estos acordes de luz y colores encante tu mente para que entre en armónico cauce, se serene, reconectando con la magnificencia de la Creación a la cual pertenece, y, una vez en calma, despeje la vía para que el Ser que te nutre de vida y conciencia exprese su Esencia desplegada en un sin fin de matices a través de tu hermosa humanidad.